sábado, 5 de febrero de 2011

Carta al Niño Dios.

Querido Niño Dios:


            Sentada en un sillón te quiero platicar que estoy en la última etapa de la tercera edad, pensando si veré la llegada del Año Nuevo. De todos modos doy gracias a Dios Padre porque me ha dado setenta años, de los cuales recuerdo con claridad aquellos que marcaron mi infancia; imborrable está en mi mente los días que pasábamos encerrados por el intenso frío que sentíamos y que penetraba más porque la casa techada de palma tenía muchas aberturas y las puertas estaban destartaladas, mis padres tenían que prender tercios de leña porque no teníamos ropa para dormir y el aire calaba hasta los huesos.

            ¡Diciembre, mes bonito! Recuerdo que en la Nochebuena nos vestían de pastorcitos, aunque fuera con trajes de papel y sandalias de cartón, contentos en la iglesia cantábamos: “En Belén a medianoche un niñito nacerá, un niñito nacerá, alegraos pastorcitos que el que nace Dios será, que el que nace Dios será”…”toquen las panderetas ruido y más ruido, porque las profecías ya se han cumplido, sí, sí, ya se han cumplidoooo”. ¡Así se te adoraba  niño Dios! No existía el ¡Jo, jo, jo! de Santa Claus, quien actualmente ha desplazado a los Santos Reyes; recuerdo que ansiosos esperábamos la llegada de estos magos, sin rosca ni chocolate como ahora. No sin antes cantar en la iglesia: “Gaspar, Melchor y Baltasar, son los reyes magos de la ilusión; ellos vienen del lejano oriente, a la adoración del niño Dios, con su cargamento de juguetes y su vieja y legendaria tradición”.

            Una noche del cinco de enero nuestros padres nos dijeron: niños, a dormir, pues si se han portado bien algo les van a traer los Reyes Magos; como taquitos para el lonche nos acostábamos, amontonados, tapados con una sola cobija; yo al menos no me dormí, luego esperé a ver por donde entraban los Reyes Magos…hasta ahí llegó mi inocencia. Ya en la madrugada alcancé a ver a mis padres que sigilosamente colgaban en un mecate, arriba de nosotros, bolsitas con cacahuates para cada uno. Al amanecer busqué una muñeca, aunque fuese de cartón, pero nunca llegó.

            ¡Cómo ves! Niño Dios, a pesar de las carencias fue lo mejor; añoro esa etapa de la vida, con respecto a la Navidad y Reyes Magos; además porque durante el año se jugaba con los hermanos, en los patios grandes llenos de vegetación, a correr, brincar, rodar, cantar y jugar rondas infantiles, a trompos, yoyos, comiditas, canicas, etc.; podíamos jugar en la noche a la luz de la luna y rodeados de cocuyos, ¡no había peligro! Así se fue formando Hilda (la niña), contrario al YO adulto, quien tiene que estar alerta para poder sobrevivir.

            Para despedirme sólo quiero pedirte que por el resto de mi vida, no te salgas de mí, tienes muchas cosas que me mantienen viva.

                                                           María Hilda Herrera Juárez
Sala de Lectura Horizonte Literario

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